martes, 23 de agosto de 2016

La vida que mancha


A la vida se juega en la calle.
La vida se toca, se besa, se seduce, se arriesga...
en la calle.
Se calculan las posibilidades de éxito o fracaso
mirando a los ojos.
Y en el órdago van asumidos
el abismo
                 o la gloria.
Pero nos pasamos la vida buscándola en el lugar equivocado.
En la búsqueda de miradas ajenas se nos ha olvidado
el escalofrío que provoca una mirada concreta.
Preferimos la distancia aséptica a la vida que mancha;
el ruido sordo al silencio atronador.
Ahogamos la atención,
                                     la intuición
                                                        y la percepción.
Y, así, optamos por suicidar la magia.
Vendemos nuestra ubicación al por mayor
a cambio de una desconexión a tiempo real.
Nos rendimos a una exposición permanente
mientras el corazón está cada vez más amordazado.
Perdidos en la nube hace tiempo que dejamos de temblar
al escuchar un me gustas.
Hablamos del amor, lo leemos y releemos, lo nombramos, lo describimos, lo teorizamos, lo definimos, lo recreamos con palabras y hasta lo compartimos.
Pero no lo atravesamos.

Yo
no quiero perderme nada.
No quiero perder(me).
No quiero correr sin saber hacia adonde.
No quiero dejar de escuchar(me).
No quiero que se me vuelva a olvidar
todo lo que, a diario, me enamora(s).

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